IV
El gastaba en orgías nocturnas, las últimas semillas en honor a sus fuerzas
y coronada de laureles la gloria final, la noche resplandece sin ser vista a sus ojos.
Como buen vagabundo que desconoce el final de sus pasos, su agotamiento le
genera cierta ligereza mundana y abandona placeres clandestinos.
Era un hombre bastante desconfiado, fue imposible librar cualquier batalla.
Sus adversarios que eran muchos, no temían a él, sino la presencia de ella
a su lado.
Ella no era un soldado, detestaba cualquier imposición que no fuese bien recibida
por sus horas y como un peregrino sediento, apostó a encontrar su anhelo.
El deseaba confundirla y entre sus ocios la amenazaba de todo.
Descontento demás por su existencia, temía que ella lo abandone, aunque en
verdad, él no podía tener esclavos agitados en sus orillas.
No quiso perder su última batalla, motivo por el cual no prosperó su indolencia.
Ella le recordaba que hasta el César perdió poder por no reconocer su apetito
más amable y sus voluntades fueron extirpadas en mitad de la tarea que anhelara.
En el infierno, toda venganza pierde poder.
Ella lo amaba tanto, que fue revelándole miles de secretos deliciosos, verdades
desconocidas por él y sin embargo aceptadas de inmediato.
Le gritaba frente a sus celos odiosos, ¡tonto!, el mundo entero tendrá fin sin tu
presencia!
El igual decidió morir.
Era imposible que ella algún día le perteneciera.
En el lenguaje pasional que generaban juntos, ella estuvo en desacuerdo hasta días antes de su muerte.
Se fue haciendo dócil y triste y el alma que lo habitaba se sentó a contemplar la
destrucción.
Su soberbia fue mas brutal que todo el sufrimiento y decidió sin fundamentos, que
cualquier testamento estaba apoyado como un bastón en la impotencia.
Entregó todas sus lágrimas a la corriente, pues la ceguera en la que habían
quedado sus ojos y la falta de virilidad de todos sus miembros, le hicieron dudar
de su bello cuerpo.
Ella no lo acompañó porque él le prohibió que lo siguiera en esa ruta.
No dejó que derramara una sola lágrima en su presencia.
Surcos del tiempo enamorado, disfrutaron de ser los herederos de aquél tesoro.
Toda ilusión se evaporaba en pensamientos mudos.
Los motivos de su dolor, no encontraron más cielo entre las sílabas y la paz del
espíritu temblaba por el amor perdido.
El espejo en el que se miraban, no les anunciaba que la muerte pondría fin a sus días.
El se hundió por no poder defender sus propias razones y le pidió a ella rechazar
bienes ilegítimos. Dijo: ¡amor de mi vida, ten cuidado de perseguir aquello que quisimos detener, no busques lo que rechazas!
¡No intentes introducirte rápidamente en el infierno!
Mi estado lamentable, hará de tu voluntad sólo lamentos.
Siembra en tu corazón la piedad y bésame una vez más antes de partir en esta noche.
La aspereza del genio trae con los años, desarreglos y tristezas.
Cualquier poder, solo servirá para perjudicarnos.
Ella se quedó dormida a su lado y antes del amanecer, se levantó y saludó a su amor por última vez.
Ya no alcanzarán rezos en estos tiempos ilegítimos confinados al derrumbe, que tanto habían previsto los extranjeros.
Su extravagante naturaleza no toleró el final.
El iba a morir irremediablemente.
Sin corazón lo besa y ese acto fue para siempre insoportable.
El mayordomo la acompañó hasta su auto, mientras él desde su sillón sollozaba
lentamente.
La puerta se cerró y ella partió para no volver.
(del libro inédito de Lucía Serrano "Como la misma pasión")
Un poema triste y bello por lo desolador que es. En referencia a tu pregunta, tienes un premio en la entrada que hice el día 27 de Marzo. Puedes recogerlo cuando te apetezca y colgarlo poniendo el enlace de quien te lo otorgó.
ResponderEliminarTienes unas poesías hermosísimas.
Saludos desde La ventana de los sueños, blog literario.
Soy yo de nuevo. Evidentemente no es el 27 de Marzo sino de Febrero.
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