24 de febrero de 2014

POSIBILIDADES - WISLAWA SZYMBORSKA


Prefiero el cine.
Prefiero los gatos.
Prefiero los robles a orillas del Warta.
Prefiero Dickens a Dostoievski.
Prefiero que me guste la gente
a amar a la humanidad.
Prefiero tener a la mano hilo y aguja.
Prefiero no afirmar
que la razón es la culpable de todo.
Prefiero las excepciones.
Prefiero salir antes.
Prefiero hablar de otra cosa con los médicos.
Prefiero las viejas ilustraciones a rayas.
Prefiero lo ridículo de escribir poemas
a lo ridículo de no escribirlos.
Prefiero en el amor los aniversarios no exactos
que se celebran todos los días.
Prefiero a los moralistas
que no me prometen nada.
Prefiero la bondad astuta que la demasiado crédula.
Prefiero la tierra vestida de civil.
Prefiero los países conquistados a los conquistadores.
Prefiero tener reservas.
Prefiero el infierno del caos al infierno del orden.
Prefiero los cuentos de Grimm a las primeras planas
del periódico.
Prefiero las hojas sin flores a la flor sin hojas.
Prefiero los perros con la cola sin cortar.
Prefiero los ojos claros porque los tengo oscuros.
Prefiero los cajones.
Prefiero muchas cosas que aquí no he mencionado
a muchas otras tampoco mencionadas.
Prefiero el cero solo
al que hace cola en una cifra.
Prefiero el tiempo insectil al estelar.
Prefiero tocar madera.
Prefiero no preguntar cuánto me queda y cuándo.
Prefiero tomar en cuenta incluso la posibilidad
de que el ser tiene su razón.

De “Gente en el puente” 1986

23 de febrero de 2014

Anaïs Nin, por Irving Penn

tengo mala memoria
y manías.

podría contarte la historia del hambre,
también la de la desgana.
no tengo conciencia de quien soy
es una vieja táctica para no darme miedo.

respiro.
tecleo los pasos que doy,
te ando llamando a gritos.

me siento más cuerpo,
más ojos abiertos, más piel,
más duda, más humo,
más bruta de huidas.

voy a dibujar la silueta de mi sombra para no perderme de vista,
para atarla a las patas de la silla,
para poder salir despavorida
y regresar cuando el instinto arañe.

hay alguien que escribió sobre mí

junto alguna ventana abierta.

21 de febrero de 2014

ELLA Y ÉL

III

El era un artista subestimado y sobreestimado.
La obsesión por igualar el feeling del blues, respondió a que buscaba desesperadamente algo que tocara su corazón.
Los amantes del blues, se cuentan entre los últimos exponentes del romanticismo.
El era un personaje habitante de los bajos fondos de cualquier ciudad, pero vivía
encandilado por el brillo ostentoso de la clase alta y sus aburridos pasatiempos.
Se movía con gran inseguridad y se incomodaba cuando se dirigían a él.
Trataba de no mirar a nadie a los ojos, como si cargara con la crueldad de todos sus relatos.
Odió a los profetas y sin embargo, en las noches, fracasado por no poder con su
voluntad, su deuda con Dios aumentaba desmesuradamente.
Nunca le interesó la tristeza de lo venido a menos.
Le preocupaba la resonancia de lo que estaba viviendo en esos momentos, que lo
llevaba a alcanzar el lado sórdido de las cosas, donde las riquezas del mundo
subterráneo que habitaba, eran un anclaje especial para el determinado mundo físico, donde sólo el blues, acompañaba a su propio universo, enigmático y oculto detrás de los vasos del alcohol, o el humo disminuido frente a la luz tenue del final.
Veía a todos los habitantes desesperados por triunfar, alcanzando hazañas que él
había descalificado y desterrado de los actos posibles de su vida.
Su grito radical, era inaudible.
Su imagen favorita, estaba amenazada por los malos tiempos por venir, ya que ellos no le prometían cambiar al personaje.
Las convenciones que nunca aceptó, lo llevaron a una depresión extrema, donde
pasaba encerrado en su habitación y no reconocía las diferencias entre la noche y
la mañana, la claridad y la oscuridad, lo bueno y lo malo, aquello que aprovechara
su taciturno talento.
El sonido que habitaba permanentemente en su corazón, poseía una estética, cuya profundidad difícil de interpretar, no tenía forma de canción.
Intimista frialdad de las mejores canciones del blues, intimista y bárbaro a la vez.
Las formas de reaccionar supuestamente improvisadas, detestaban la alienación
urbana y en el intento de encontrar la aristocracia del sonido propio, fue desesperante escuchar la acústica, vibraciones de un corazón, cansado de tantos éxitos en un mundo dormido.
Las telarañas del olvido no vendrían a salvarlo y teniendo que sobrevivir en una
sociedad donde lo mas importante era ganar dinero, amó las melodías deformes de una estética sensible y diplomática, que jamás consumiría.
Amar el blues, era amar la terquedad de todos los opuestos.
Su espíritu poco común, era difícil de insertar en un mundo vulgar, donde su furia
ya no tenía la altura que la provocara.
Ella tuvo la suerte y la desgracia de haber frenado su último error y sin embargo,
por los equivocados pasos del destino, él no tuvo más remedio que entregarse
y morir.
Ella le gritaba: ¡amor, no regresarán los exploradores promocionando tus leyendas, quédate a mi lado, disimula las quejas de tu inminente regreso!
Irreverencia de una tentativa audaz, creando una desilusión más, antes de
cualquier evento.
Su nuevo chiste fue patético, habiendo decidido ocultarse, quedó visible,
pero muerto.
Ella amó las posibilidades que tuvo de impedir un final tan triste, pero él,
ya tenía firmada el acta de defunción que no le permitiría acordar con ningún
bien y decidido, rechazó todo liderazgo.

LUCIA SERRANO 

13 de febrero de 2014

FEDERICO GARCÍA LORCA

ODA A WALT WHITMAN

Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.
Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser el río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.
Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la circuncisión
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.
Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.
Cuando la luna salga
las poleas rodarán para tumbar el cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.
Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte.
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?
Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.
Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho,
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.
¡También ese! ¡También! Y se despeñan
sobre tu barba luminosa y casta,
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbres de gritos y ademanes,
como gatos y como las serpientes,
los maricas, Walt Whitman, los maricas
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.
¡También ése! ¡También! Dedos teñidos
apuntan a la orilla de tu sueño
cuando el amigo come tu manzana
con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.
Pero tú no buscabas los ojos arañados,
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
ni la saliva helada,
ni las curvas heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y terrazas
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.
Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.
Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.
Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.
Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.
Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.
Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Ápios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.
¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
abiertos en las plazas con fiebre de abanico
o emboscadas en yertos paisajes de cicuta.
¡No haya cuartel! La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.

Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme, no queda nada.
Una danza de muros agita las praderas
y América se anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
quite flores y letras del arco donde duermes
y un niño negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga.

10 de febrero de 2014

BALADA DE AMOR TARDÍO

Amor que llegas tarde,
tráeme al menos la paz:
Amor de atardecer, ¿por qué extraviado
camino llegas a mi soledad?

Amor que me has buscado sin buscarte,
no sé qué vale más:
la palabra que vas a decirme
o la que yo no digo ya...

Amor... ¿No sientes frío? Soy la luna:
Tengo la muerte blanca y la verdad
lejana... —No me des tus rosas frescas;
soy grave para rosas. Dame el mar...

Amor que llegas tarde, no me viste
ayer cuando cantaba en el trigal...
Amor de mi silencio y mi cansancio,
hoy no me hagas llorar.

Dulce María Loynaz

2 de febrero de 2014

LA POESÍA NO SE ENAMORA NUNCA

  1

Vivir acompañado
no es un consejo,
es la única manera de vivir,
y aprovecho el decir,
para dejar en vuestra inteligencia
la enseñanza más bella:

La poesía no se enamora nunca.

              2

La poesía no se enamora nunca
más sin embargo, tiene como amantes
a todo aquello que aumente su belleza,
su valentía, su fuerza, su poder.

              3

Hombre o madera, no le importa,
el hombre debe ser ejemplo o novedad
y la madera, además de ser bella y delicada,
debe servir para la cuna o bien el ataúd.

              4

Mujer o ciencia, no le importa,
la mujer debe ser ejemplo de libertad
y la ciencia, además de compleja y exacta,
debe poder amar el mundo, transformarlo.

              5

Niño o maestro, nada preguntará,
el niño debe ser ejemplo de crecimiento
y el maestro, más allá
de enseñar a leer y a escribir,
un día deberá
detener su propio crecimiento
para que en el mundo
un niño se haga hombre.

             6

Flor o diadema, todo lo sabrá,
la flor ha de ser bella y siempre morirá
y la diadema, además de brillar siempre,
aprenderá a apagarse cuando muera la flor.

              7

Elefante taciturno
                         o
                           caballos desesperados.

La poesía tiene sus cementerios y,
también, sus praderas infinitas
pero el elefante tendrá que aprender
a no dejarse doblegar por la muerte
y, al morir,
tendrá que estar acompañado.
Y los caballos podrán volar
y amar si quieren
pero han de ser siempre caballos,
que saben apreciar las diferencias
entre galope y desenfreno,
trote y sometimiento
y, al detenerse el caballo en un poema,
todo el mundo querrá verlo volar
y si el poema
fue escrito por un hombre,
caballo volará y al detenerse
algo en el mundo se detendrá
y habrá un verso que nadie escribirá,
un doble espacio
lleno de caballos al trote,
galopando,
                detenidos,
                               volando arrebatados.

                   8

Y, para que las enseñanzas no queden en el aire,
nuevas reencarnaciones furiosas de la lengua,
os digo como final que es un comienzo:

Alcanzar mis versos es tarea posible para ustedes,
pero alcanzar vuestros versos será
imposible para mí.

Hay un verso de alguno de vosotros
que será mi epitafio y ese verso,
quiero hacerles saber, es para mí,
insuperable.

MIGUEL OSCAR MENASSA (del libro "LA MAESTRIA Y YO"