13 de agosto de 2014

MIGUEL DE UNAMUNO - ESPAÑA 1864

VUELVEN A MÍ MIS NOCHES
Escrito en el cuarto en que viví mi mocedad
Vuelven a mí mis noches,
noches vacías,
rumores de la calle,
las pisadas tardías,
rodar de coches,
conversaciones rotas
y desgranadas notas
de un pobre piano,
viejo y lejano.
Hundióse así el tesoro de mis noches,
en esta misma alcoba,
aquí dormí, soñé, fingí esperanzas
y a recordarlas me revuelvo en vano...,
no logro asir aquel que fui, soy otro...
Pienso, sí, que era yo, mas no lo siento,
es sólo pensamiento.
No es nada. La realidad presente me las roba.
Los días que se fueron, ¿dónde han ido?
De aquel que fui, ¿qué ha sido?
Muriendo sumergióse aquel que fuera...
Hijos de tantos días que en el fondo
de la oscura cantera
de mi conciencia yacen.
Y allí dentro, ¿qué hacen?
El alma es cementerio
y en ella yacen los que fuimos, solos.
Los días se devoran...
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Cierro los ojos:
a ver, mi fiel memoria, ¿acaso no te acuerdas?
Era un muchacho pálido,
triste, con la tristeza del que sueña
días de gloria...
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¡Oh si hubiera llegado a conocerme!
¡Oh si aquel que yo fui ahora me viera!...
¡Y si le viera yo, si en un abrazo
se hiciese vivo el lazo
que ata el pasado al porvenir oscuro!
Se me ha muerto el que fui; no, no he vivido.
Allá entre nieblas,
del lejano pasado en las tinieblas,
miro como se mira a los extraños
al que fui yo a los veinticinco años.
Cada hijo de mis días que pasaron
devoró al de la víspera;
de la muerte del hoy surge el mañana,
¡oh, mis yos, que finaron!
Y mi último yo, el de la muerte,
¿morirá solo?
¡Oh tremendo misterio de la muerte!
Todos esos que he sido,
¿no acudirán en torno de mi lecho
para aliviarme el pecho
de la terrible soledad postrera?
Cuando al fin muera,
¿no vendréis, oh mis almas juveniles,
ángeles de los días de mi infancia,
y de aquella mi verde primavera
con la auroral fragancia
consolaréis el tránsito tremendo?
¡Cuántos he sido!
Y habiendo sido tantos,
¿acabaré por fin en ser ninguno?
De este pobre Unamuno,
¿quedará sólo el nombre?
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Se pierden ya las notas
desgranadas y rotas
del pobre piano,
viejo y lejano,
y en el ambiente espiritual perdura
flotante melodía
tocada de amargura.
¡Oh, música del alma,
celeste sinfonía
de lo que fue, lo que es, lo que será, misterio
torturador, eterno!
¡Oh, silencio infinito!
¿No se quebranta tu impasible seno
con nuestro grito?
¿Dónde estás, alma mía?...

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