29 de septiembre de 2014

DOS
Hombre y mujer se miran supinos en el lecho:
ambos cuerpos se extienden grandes y agotados.
Está el hombre inmóvil, tan sólo la mujer respira
   hondamente
y su blanco costado palpita. Las piernas extendidas
del hombre son enjutas y nudosas. El susurro
de la calle bañada por el sol bulle tras los postigos.

El aire pesa impalpable en la densa penumbra
y congela las gotas de vivo sudor
en los labios. Las miradas de las cabezas arrimadas
son idénticas, pero ya no encuentran los cuerpos
abrazados, como antes. Se rozan apenas.

Mueve algo sus labios la mujer, que calla.
La respiración que la hinca el costado se contiene
ante una mirada más persistente del hombre. La mujer
vuelve el rostro acercando una boca a la otra.
Pero la mirada del hombre no cambia en la sombra.

Graves e inmóviles pesan los ojos en los ojos,
bajo la tibieza del aliento que reaviva el sudor,
desolados. La mujer no mueve su cuerpo
blanco y vivo. La boca del hombre se acerca.
Pero la mirada inmóvil no cambia en la sombra.
CESARE PAVESEItalia-1908
De “Trabajar cansa


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